martes, 22 de noviembre de 2016

Mi papá murió.

El sábado 19 a las 5 y media de la tarde, tomado de mi mano mientras abrazaba a mi mamá, su respiración tan agitada empezó a volverse cada vez más pausada y ese desasosiego que lo había tomado por completo en medio de alucinaciones y bastante dolor, cedió a la calma de lo inerte.


Ver cómo se detiene la vida es una experiencia humana que te llena de desolación, asombro e inquietud. 
No hubo bronca, ni gritos, ni desesperación. 
Sí un llanto nacido de las entrañas, como un aullido proveniente del dolor que se hace insoportable.

Papá obviamente no fue un padre perfecto. 

La muerte no lo convirtió en alguien que no fue.

Pero si lo amo tanto, es porque a su modo y con lo mejor de sí, armó junto a mi madre esta familia entrañable e imperfecta que somos.


Mi papá fue un hombre honesto, buen tipo, fiel, el más enamorado de los hombres y un papá que sin saber cómo serlo y sin esforzarse demasiado, nos hizo amarlo tanto.


                                       
           Sus 3 hijos agradecidos:   Pepa...


Pepe...

Pepo...


El domingo , vi en el coche fúnebre una chapita triste con el nombre completo de mi viejo. Pero ese nombre no respondía más que a una formalidad administrativa, a lo que decía el DNI. Ese nombre no reflejaba ni al Quito con que mi abuela Conce lo había apodado de chiquito...

Pobre viejo, la abuela había esperado una nena así que lo vistió de mujer hasta el año casi.

Ni "Gato" con que sus amigos del club Huracán,Tronco, Tronquito, el Abuelo, Chispa, lo llamaban desconociendo quizás, su nombre completo...




Ni al "papi" con que mamá lo nombraba cuando todo estaba bien o al "Edgardo" seco y duro cuando tenían un entredicho...






Ni al Avalitos o al "Gorrita" con que nosotros, sus tres hijos, lo habíamos apodado para fastidiarlo y hacerle saber cómo odiábamos cuándo apagaba esa sonrisa que lo iluminaba todo de alegría, para mostrarnos su enojo por algún desacuerdo con alguno de nosotros o porque habíamos hecho renegar a mamá a quien defendía a capa y espada. 




Ni al "Gordo" con que Amanda u Horacio, mis padrinos, lo llamaba con tanto amor desde tan jóvenes todos ellos.



Esa placa "identificatoria" en nada lo identificaba.

No decía nada acerca de cuánto puede amar un hombre a una mujer. Del modo exclusivo en que se había entregado en cuerpo y alma a quererla y amarla por siempre y a pesar de cuánta malaria, discusión, rabieta y kilombete se atravesara en el camino.




Mi madre fue siempre el motivo número 1 - y un trillón si cabe - de su vida. 




Ese cartelito desangelado pegado a la ventanilla donde estaba su féretro que olía a recién barnizado, nada decía acerca de que era un hombre que sabía verdaderamente dar un abrazo y con ese gesto tan valioso, envolverte y ponerte a salvo del mundo.


En ese abrazo te decía todo lo que no podía con las palabras. En ese abrazo demorado y apretadísimo iban los "cuidate", " te amo hija", "portate bien", "si necesitás algo avisame", " gracias", "estoy orgulloso de vos" y " te quiero mucho".



En ningún lado decía que mi papá tocaba melodías hermosas, usando como instrumento un lápiz negro Staedtler que hacía chocar contra sus muelas, que dibujaba bellísimamente, que cocinaba un pollo increíble y ayudaba a mamá en la elaboración de los mejores ravioles caseros del mundo mundial. Que cuando chiquita,  era capaz de levantarse de las siestas más inquebrantables para cumplir la promesa de sacarme a pasear , que le gustaba dar sorpresas y gastarme bromas...


Y que era coqueto,pulcro, obsesivamente ordenado, que tenía una letra exquisita y preciosa sin faltas de ortografía a pesar de sólo haber cursado la escuela primaria, que en un cuadernito llevaba toda la contabilidad de la casa, que fue un laburante fiel al que le podías confiar tu alma que no la ibas a perder, que celaba a mi mamá siendo los dos ya largos setentones, que cuando iba a la escuela primaria le sacaba punta a mis lápices, me ayudaba con las cuentas y me lustraba los zapatos para marcar la diferencia, que cuando se tentaba de risa te invitaba a una fiesta que no te querías perder por nada del mundo, que hacían un gran team con la vieja, que cantaba hermoso, que cuando se encabronaba no se lo fumaba nadie, que acababa las discusiones con un " y punto" que no aceptaba retruques,  que siempre le pedíamos que dejara de fumar pero él que no , que decía tener "una lechuza en el hombro" gracias a la cual anticipaba cosas que luego ocurrían, que desde que se mató en un accidente de automóvil mi único primo hermano y al poco tiempo faltó el tío Chispa, su único hermano y más amigo, una pena enorme lo ensombreció para siempre.





Pero tampoco decía en ningún lado que siempre vivió como quiso y que se la pasó muy bien.


Mi viejo era de muy pocas palabras y algunas penas viejas en los últimos años, lo habían vuelto taciturno, esquivo al afecto manifiesto, de pocas pulgas y con todo eso se había construído una coraza que creía que lo pondría a salvo de todo nuestro amor.

Sin embargo de mí pegoteo no se salvaba, de mis bromas, de mi despeinarle esas pocas chapas canosas que nunca lo dejaron convertirse en un pelado, de mis abrazos y mis besos. Es que yo era " la nena" , como dice mamá y así, de él aprendí a ser una "disfrutadora serial" y una buena abrazadora.


Para mí una buena mesa, comer rico y a "piachere- como él decía-", más una sonrisa ancha,  un abrazo apretado y un salir de viaje a cualquier lado es la herencia más valiosa que papá pudo dejarme. 


Puesto a pasarla bien, nadie le ganaba en disfrute. Tenía que vencer sus propias barreras, pero una vez que lo lograba era como un niño feliz jugando a su juego favorito.










No fue un abuelo de esos a los que ibas a ver tirado en el piso jugando con sus nietas. No. Eran pequeños momentos en los que concentraba toda su ternura y amor para hacerles saber con ese poco que ahí estaba para ellas. 
Y que sí, que las quería tanto.




 





Mi Vasco se había convertido en un gran compañero de correrías. Papá lo quería mucho y cada día cuando hablábamos por teléfono antes de pasarme con mamá me preguntaba por él y le dejaba saludos.

Y así viajábamos juntos, salíamos a pasear, a almorzar por ahí, a cenar, a compartir tiempo y abrazos.



 






Y aunque nunca jamás lo hubiera imaginado, salió a recorrer el mundo solo con mi vieja. Él, que venía de un pueblo, de una familia a la que nada faltó pero nada sobró jamás, 
él que de chiquito vendía vidrio para poder pagarse una entrada al cine, él  que nunca había recibido un juguete de regalo, que había andado de alpargatas bigotudas, como siempre nos decía para fastidiarnos cuando pedíamos zapatillas nuevas y " de marca", se vio disfrutando a lo loco por la vieja Europa más de una vez, de la mano de su novia eterna, mi mamá.




Lo estoy extrañando desde el mismo momento en que su cabeza se perdió en las tinieblas del dolor y de los medicamentos oncológicos. Desde el día en que ya no pudo darme abrazos y le tenía que pedir que me besara y que me dijera si me quería. Lo extraño desde mucho antes de que su respiración se detuviera tan cerquita de mi corazón ansioso.Mientras lúcido vi en su mirada el miedo a morir, y esa mirada enmudeció mi alegría.


Que me falten esa sonrisa y ese abrazo es lo que más dolor me provoca. Nunca más nadie sonreirá para mí con igual honestidad , amor y genuina alegría. Es que cuando él era feliz, te encendía, te iluminaba, te lanzaba a un espacio interior sanador.



A mí no me quedó nada en el tintero.Estoy en paz con él, porque le di todo lo que necesitó en estos últimos años. Tiempo, charlas, compañía, abrazos, amor, cariño, cuidados y bancarlo cuando se ponía muy denso en su estilo Gorrita.

Es que no tenía matices. Si se había calzado "la gorra" era imbancable, pero cuando te abría el encuentro con su sonrisa más entrañable, sólo podías amarlo y disfrutarlo.


( Qué suerte que lo llevé a su pueblito de la infancia a conocer nuestro terreno, donde quiero vivir de viejita).


Hace algo más de un año empezó a irse. Antes de que supiéramos que estaba enfermo, antes de que un tumor pulmonar gigante que nunca antes había aparecido en los interminables controles médicos que mi madre lo "obligaba" a hacer, apareciera como una mancha dudosa. 

Después vino la cirugía de más de 6 horas, su prontísima e increíble recuperación, su quimioterapia suave que no le trajo ningún inconveniente, nuestro viaje a Europa en medio de la tregua, su "disfonía" repentina en un último almuerzo en casa que a mí me dio la pauta de que ya nada volvería a ser lo mismo.

Ese día supe que , a pesar de todos los buenos deseos que me hacían llegar, papá se iba a morir.

Después vino otro estudio muy invasivo, la confirmación de que el tumor a pesar de la quimio se había esparcido a los bronquios y al otro pulmón, entonces una nueva quimio muchísimo más agresiva, que lo volteó por completo, lo arrasó , lo mandó a la clínica con una neumonía y un shock séptico de los que nadie entiende cómo sobrevivió.

Es que él quería vivir.

Nos invitó a festejar su cumpleaños, a pesar de lo mal que se encontraba ese día.

Su último cumple n° 78 ( septiembre 2016)

Volverlo a casa , supuso 3 semanas de lucha por salir adelante, una lucha que  -por momentos- lo dignificó, porque con muchísimo esfuerzo logró recobrar algunas autonomías que había perdido.

En medio de tanto volvimos con mamá a la oncóloga para ver qué podíamos hacer y escuchamos un " ya no hay nada más para hacer". Esa frase nos desbastó y confirmó lo que nosotras ya sabíamos. Así que lo acompañamos con mucho amor, con todo lo que podíamos ofrecerle, asistencia, mimos, besos, paciencia, historias, cuidados,  hacerle saber que a pesar de su disfonía queríamos escucharlo contar historias y que lo entendíamos perfecto y los seguíamos disfrutando.

Así se fue yendo...sin estridencias...apagándose pero sin entregarse.

Murió como vivió , con perfil bajo, sin sobre actuaciones, ni demandas excesivas, pero dejándose querer, acariciar, mimar y pudiendo decirle y decirme muchos te quiero.


Y así elijo recordarlo, con un gesto inequívoco suyo. 
Su sonrisa, su pulgar en alto, su amor por todos nosotros, y su deseo de disfrutar mientras se pueda.

Que siempre habites en mí con todo lo que nos hemos amado, papito mío y te vuelvas mi estrella más brillante a la que mirar buscando tu sonrisa, cuando la pena se vuelva noche cerrada para mí.